EN EL RECUERDO.Ocho años sin el genial Antoñete

Hoy hace ocho años que nos dejó Antonio Chenel ‘Antoñete’; lo recordamos cuajando dos de las faenas más importantes de su vida torera.

Hoy hace ocho años que nos dejó Antonio Chenel «Antoñete». Lo recordamos con estas faenas acaecidas al célebre toro blanco de Osborne en Madrid y en Sevilla el año 1982, cuajando un toro de Carlos Núñez. 

ROMERO, UN AMIGO DE ANTOÑETE

Fue un regalo del Niño de la Capea y su esposa Carmen al maestro Chenel, quien les había comprado 25 vacas de la misma procedencia Murube con anterioridad.

Este utrero de nombre «Romerito», había sido aprobado en una tienta organizada por el matrimonio en tierras de Salamanca, gozando de excelente calificación tanto en el caballo como en la muleta. Cuando fue desembarcado en la finca de Antoñete de Navalagamella, sorprendió por su imponente presencia, circunstancia por la que probablemente el nuevo propietario cambió el nombre al de «Romero», y desde ese momento el nuevo inquilino pasó a desempeñar las funciones de semental en la murubeña ganadería de Chenel.

Tras varios meses con las vacas sin contratiempos, y a punto de terminar el otoño, Antonio se dispuso a varear las encinas para que éstas al caer, sirvieran de alimento al tropel de vacas. Y «Romero», indiferente. No mostró intención de ataque a su ganadero, el cual seguía a lo suyo, en sus labores de vareo y repaso a las vacas, pero en modo de alerta por si tocaba ponerse a cubierto tras repentina arrancada del semental. Y así durante varias jornadas.

Un día la rutina rompió en imprevisto cuando la distracción por un momento del experto matador hizo que sintiera en su empeine del pie izquierdo la pala de un pitón. «Era Romero». Impávido, sin apenas ánimo de mirar a aquella fiera y con la inseguridad de lo que pudiera traer de desenlace tal fatal encuentro, Antoñete murmuró:

– Sé que no tengo escapatoria, «Romero». Además, no sabría donde ir. Puede que te arranques y me eches mano. En ese caso estaré perdido: ya ves que la casa queda lejos y que no hay donde resguardarse. Me quedaré aquí, esperando a que decidas por los dos. Y que pase lo que tenga que pasar…

Y no ocurrió nada. Al cabo de un tiempo, el animal se alejó despacio y su cuidador pudo respirar tranquilo. Y fumarse un cigarro. Tras este incidente, cada día el ganadero se acercaba al toro tomando precauciones con el ánimo de disfrutar de la curiosidad y del miedo. Se llenaba los bolsillos con bellotas, y las lanzaba unos metros para que «Romero» las comiera, hasta conseguir que las tomara de su propia mano. Se cuenta incluso que el animal, antes de girar la cabeza tras comerlas, andaba un paso para atrás para no golpear a su amigo Chenel.

En el año 1997 su antiguo criador, Pedro Gutiérrez el Capea, pidió prestado el toro a Antoñete para cubrir unas vacas en su ganadería. Cargado en el camión que lo conduciría a su antigua casa, el temperamental «murube» desguazó la caja que lo transportaba, comportamiento que le acompañó durante los tres años en los que estuvo padreando en Salamanca. Cualquier faena campera se tornaba en problema para el personal de la ganadería, por tener que pugnar con un toro que había impuesto su ley.

Ya de regreso a Navalagamella, y tras volver a desarmar la caja del camión, «Romerito» ofrecía dudas a su dueño Chenel. ¿Volvería a ser su toro amigo o por el contrario esos tres años lo habían convertido en otro ser? Se abrió la tajadera del camión y Antoñete se dispuso a hablarle:

– «Vamos, vamos, ya estás en casa».

Y «Romerito» se convirtió de nuevo en «Romero», cinco años más, hasta que un tumor incurable apagó su vida y la del propio Chenel, quien tras su muerte sufrió una depresión que le hizo vender la ganadería.

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