Hoy comenzamos en Cultoro la serie “Toreros con bata”, en la que aficionados anónimos que se juegan la vida cada día contra el coronavirus son protagonistas. Esta es la historia de Fernando Moliner.
JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
El mundo del toro está lleno de pequeños héroes anónimos que, escondidos en medio de los tendidos, ocultan su gran realidad. En la serie “Toreros con bata” intentaremos sacar desde Cultoro a la luz sus pequeñas grandes historias en las que, durante estos días, están jugándose la vida en los hospitales para luchar contra el coronavirus.
El primero de los protagonistas es Fernando Moliner, un auxiliar de enfermería de Madrid, nacido en el barrio de Chamberí pero criado en otro famoso barrio madrileño como es el de Los Austrias, concretamente en la calle Toledo. Su labor se desarrolla en el Hospital Universitario Infanta Elena de Valdemoro, uno de los primeros hospitales de la Comunidad de Madrid en recibir pacientes con COVID 19… un héroe con bata cuya gran pasión son los toros.
“Normalmente mi labor profesional la realizo en la Unidad de Neonatología, la unidad donde están los recién nacidos que vienen al mundo con alguna complicación tras el parto o alguna patología hasta el mes de vida del recién nacido”, explica a Cultoro. Ahora con esta pandemia, también realiza turnos en las unidades donde hay pacientes ingresados por coronavirus. “Mis funciones en ambos lugares son los de asear a los pacientes, darles las tomas de alimentación si están solos, balances hídricos y orinas… además de estar al lado de ellos si ocurre algún problema”, asegura.
“La lucha contra esta pandemia nos está asolando. Lo que tenemos que hacer es, sobre todo, respetar todas las medidas: lavarse bien las manos, permanecer respecto de otras personas a un metro de distancia. Yo, como trabajador de la Sanidad, me ducho al acabar el turno en el hospital y otra vez al llegar a casa, y tengo que intentar tener el menos contacto posible con los pequeños de la casa aunque es muy difícil, pero no queda más remedio”, añade Fernando.
Su afición taurina con Las Ventas como epicentro
Su afición taurina va junto a él. Es la que le da vida, junto a su familia, en los momentos más amargos para tener esperanza en un futuro mejor. “Mi plaza por antonomasia es la Monumental de Las Ventas, donde fui por primera vez a los toros con 7 años en compañía de mi madre y mi tío. Recuerdo que fue un festival benéfico a las víctimas del terrorismo en el año 1989 y el maestro Rafael de Paula hizo el toreo de verdad”, explica.
Por el tema laboral y familiar suele moverse poco para ver festejos, pero lleva Madrid en su corazón y su plaza de Las Ventas, a la que acude en decenas de ocasiones durante la temporada: “Es una pena no poder moverme más de ciudad, porque soy de los que según se van anunciando festejos me los apunto a y digo… aquí voy, luego se acerca la fecha y me es imposible”, confiesa el aficionado. “Escuchar esos olés que retumban y te erizan la piel no los he vivido en ninguna plaza en la que he estado. Madrid es Madrid, la Catedral del Toreo”, pone en valor.
Una anécdota que no olvidará jamás
Su afición nace gracias a sus padres y a sus tíos que son grandes aficionados: “Con mi padre, en paz descanse, me pasaba mañanas y mañanas en La Venta del Batán viendo los toros de cada San Isidro. Luego, cuando ya fui más mayorcito, siempre me contaba una anécdota que nos pasó en el Batán, más bien le paso a él porque yo tenía 6 años y no la recuerdo. Estábamos viendo una corrida en uno de los corrales y empecé a describir perfectamente a cada toro: colorado ojo de perdiz, negro bragado meano… en esto que al lado de mi padre estaban los mayorales de esa ganadería y, al ver que describía perfectamente a los animales e incluso el por qué era meano uno de los toros, uno de ellos se presentó a mi padre y le dijo textualmente: Caballero, discúlpeme pero este niño nos está dejando alucinados, aquí tiene mi tarjeta y por favor vayan a la finca que nuestro jefe (el ganadero) le tiene que conocer”, recuerda aún emocionado el aficionado. “Fue una pena no corresponder a semejante invitación”, añade entre risas.
Ponce: su torero favorito
Enrique Ponce es su torero favorito: “Yo siempre he sido muy del maestro Ponce, que para mí es la cabeza del toreo sin duda alguna, le hace faena al malo, al más malo todavía, al bueno, al inválido…. los mete en el canasto a todos. Es verdad que ahora hay mucho matador que apetece ver como a De Justo, Román, Aguado… y también los gladiadores como Alberto Lamelas, los hermanos Castaño, toreros que no les han regalado nada y se reivindican tarde a tarde”, resalta Moliner.
Por suerte, ha crecido en una época “donde estaban en su esplendor los Espartaco, Manzanares, Ortega Cano… la llegada del ciclón colombiano, el maestro Cesar Rincón, Joselito, José Tomas… no sabría con quién quedarme la verdad, todos han hecho que mi afición creciera y se fortaleciera cada día”, defiende con ahínco.
El miedo en su profesión, un mal compañero de viaje
En su profesión, el miedo “es muy mal compañero de viaje al igual que en la tauromaquia”, describe. “En una situación de estrés o crítica y que en mi labor se presenta en una llamada telefónica o un grito de algún compañero llamándote, el miedo te bloquea, te paraliza, no puedes actuar y lo digo porque he visto a algún compañero vivir ese momento y es muy duro, solo nos sirve reaccionar desde el segundo uno, si no, estás perdido”, reseña.
Su peor y su mejor experiencia
En el servicio de Neonatologia de su Hospital, “por suerte y desgracia vivimos momentos muy bonitos y otros horribles, a Dios gracias son los menos. Pero sin duda alguno de los peores momentos que vives como profesional en esa unidad es cuando un pequeñajo es llamado por Dios”, comenta con tristeza.
Sin dudarlo, lo más bonito es “cuando ves a enanos de 950 gramos salir adelante y después de estar unas semanas o meses en la unidad se van de alta. Luego los vas viendo en el parque o te los encuentras por la calle y los padres les dicen: mira, este señor fue el primero que te dio de comer en tu vida o fue el primero en cambiarte un pañal. Los niños te miran como diciendo: pues vale. Pero es muy gratificante”, señala con una sonrisa el enfermero.
La filosofía taurina: no bajar la guardia jamás
La filosofía taurina en esta situación de pandemia y mucho trabajo en el hospital es una ventaja para Fernando: “Esta filosofía nos está demostrando la raza que llevamos dentro, el aguante, la paciencia, el no venimos abajo y sacar la casta que llevamos y decir que estamos reventados pero mi compañero está doblando turno y va hacer 17 horas, yo tengo que seguir su ritmo y no podemos bajar la guardia jamás”.