Por Manuel Viera miércoles, 6 de mayo de 202008:22
Pues la política consagrada ha decidido aplicar su sabiduría. Además, con “imaginación”. Con la ciega obstinación que desdeña todo lo que no les valga para un objetivo que esperan alcanzar y defienden llenos de furia: acabar algún día con el toreo. Pero se equivocan de estrategia. Yerran en sus planteamientos y se confunden todavía más sin piensan que tienen la solución en medidas tan incoherentes como insultantes.
Ya lo ven, en esa tercera fase de la llamada desescalada, en busca de esa “nueva normalidad” que prevé el Gobierno, tienen prevista la reapertura de las plazas de toros. Sin embargo, se ha de garantizar una distancia de nueve metros cuadrados entre personas en todos los cosos e instalaciones taurinas. Es decir, plazas casi vacías. Mientras en cines, teatros, u otros recintos culturales, solo piden reducir el aforo a un tercio. Ante este agravio comparativo uno tiene la sensación que con el toreo ha surgido la peor izquierda. Y lo demuestran en la situación más grave y angustiosa por la que pasa la industria del toro.
Lo cierto es que la decisión, más que ingeniosa, invita al empresariado a no hacer nada porque la inviabilidad del espectáculo lo hace imposible. Y no es una norma abierta a interpretaciones, no, es lo que es, una barbaridad. Un “maltrato” programado a la tauromaquia al que hay que llamar por su verdadero nombre: provocación.
Parecía imposible que tras el aislamiento que tanto reseca y desoxigena, fluyeran ideas de forma tan incoherentes de las atrofiadas mentes de unos políticos que se han encontrado con el poder y lo han recogido como si les hubiera tocado el premio gordo. Esto, unido a que al presidente que les lidera, el toreo, le importa una higa, explica la histeria de su vicepresidente animalista por acabar cuanto antes con lo que para él es de máximo interés: mandar los toros al “paredón”.
Hay veces, y esta es una de ellas, que estos falsos idealistas emergen de la nada y de pronto se olvidan de la lógica y responsabilidad del cargo para convertirse sólo en poder político e intentar cambiar el curso de la historia cultural de un país. Sueños y fantasías patológicas disfrazadas con decisiones sólo para beneficio del ignorante animalismo.