Carlos Bueno. Burladero
La celebración de la corrida del pasado 6 de agosto en El Puerto de Santa María ha traído cola. Se cumplieron todas las medidas sanitarias que establecía el protocolo anti Covid, y para ello se marcaron los asientos que no se podían utilizar, el uso de las mascarillas fue obligatorio, se tomó la temperatura a todos los asistentes y se les dispensó gel hidroalcohólico. De las 12.000 localidades que admite el coso gaditano se vendieron las 5.300 que el gobierno andaluz había autorizado. Sin embargo la lluvia de críticas hacia el toreo cayó de forma feroz al ver las imágenes frontales de los tendidos, que daban la impresión de estar abarrotados, aunque las fotografías cenitales contradecían esa apariencia. De sobra es sabido que cuando el aforo no está completo los espectadores toman mayor distancia entre ellos, provocando la sensación visual de un mayor volumen de afluencia del que realmente hay.
Las pruebas de todo este argumentario las tenía que haber aportado el empresario del festejo de inmediato, en cuanto los reproches de políticos, artistas de otras disciplinas y periodistas tomaron cuerpo en los medios de comunicación. Hubiese sido suficiente presentar de forma transparente la relación de entradas vendidas. Pero la opacidad que siempre ha envuelto a la tauromaquia volvió a imponer un secretismo nada favorable para en estos complicados momentos. Además, los ataques comenzaron a producirse también desde la propia esfera empresarial taurina, que señaló como proscrito al colega de El Puerto. Con esta actitud la desunión de la gente del toro quedó patente una vez más, algo de lo que siempre acaban aprovechándose los antis.
La Junta de Andalucía impuso de forma rápida y contundente para las siguientes corridas a celebrar la separación de un metro y medio entre personas, lo que implica que sólo se pueda ocupar poco más de un tercio de la cabida de las plazas. Eso hace deficitaria cualquier voluntad de organizar toros. Con ello la posibilidad de que finalmente se llevara a cabo la miniferia de San Miguel en Sevilla se fue al traste. Se suspendió la tradicional goyesca de Ronda. Se desautorizó el festejo de Santisteban del Puerto. Sanlúcar, Linares y Villanueva del Arzobispo estudian alternativas porque de momento son deficitarias… Y todo a pesar de que en ninguna función taurina se han producido contagios. Mal pintaba el futuro de la tauromaquia hace unas fechas y peor se atisba ahora, con unos dirigentes taurinos incapaces de unirse de verdad para imponer sus razones y, sobre todo, hacer las cosas bien.
En estos momentos se echa de menos más que nunca la apertura de Las Ventas. El coso de la capital podía haber defendido la viabilidad de muchos festejos con una ocupación de unos 9.000 asientos, lo que sin duda hubiera supuesto un ejemplo para el resto de recintos. No obstante la plaza más importante del planeta decidió permanecer cerrada y esperar tiempos menos complicados. Madrid siempre fue espejo donde se miró el resto del mundo taurino, provocando un efecto simbiótico en materia de trapío, legislativa, de exigencia y hasta de comportamiento de ciertos aficionados. Su funcionamiento en esta era post-Covid también habría supuesto un faro en el que fijarse. Pero los grandes del sector continúan sin arriesgar un ápice, y lamentablemente podría acabar siendo a costa de la continuidad de la propia tauromaquia.