Publicado en Actualidad, FTL en medios el 29 de noviembre de 2019 por Comunicaci
Artículo de Victorino Martín, presidente de la Fundación del Toro de Lidia, para El Mundo.
La tauromaquia es cultura popular y, por tanto, vive ajena a las ideologías políticas. O al menos así debería ser. En este sentido, el mundo del toro no debería tener nada que opinar sobre si un gobierno es de una manera o es de otra. Pero los toros, eso sí, son incompatibles con una ideología, la animalista, cuyos postulados parten de la premisa de que hombres y animales son sujetos de una consideración similar, incluso homologable en algunos casos.
Es más, consideramos que el animalismo no es simplemente una opción política, sino una ideología incompatible con nuestra civilización. En palabras del filósofo Francis Wolff, el animalismo es una de las modenas utopías potencialmente destructoras de nuestra civilización.
En cualquier caso, con lo que desde luego es incompatible es con cualquier tipo de solución para la España vaciada. La España vacía, la España rural, es un espacio de nuestro territorio intrínsecamente ligado al uso milenario de los animales por parte del hombre. Estos usos han dado lugar no solo a toda una actividad, la ganadera, sino a una cosmovisión de costumbres, de canciones, de festejos, de dichos y usos… de nuestro patrimonio material e inmaterial, en definitiva.
La introducción de políticas fundamentadas en la ideología animalista supondría la última bala, la definitiva, dirigida al corazón del mundo rural. Por eso hablar de la España vacía y de animalismo es absolutamente incompatible. O políticas sobre España vaciada o animalismo, pero las dos cosas no.
Cierto es que el acuerdo firmado entre el PSOE y Unidas Podemos no recoge el compromiso expreso de aprobar medidas animalistas, pero sí propugna en el punto 3, «la garantía de un trato digno a los animales», una declaración de intenciones tácita que transitaría esa senda. De todos es conocido que Unidas Podemos ha defendido postulados expresamente animalistas, que si bien quedan ocultados en su último programa electorla, se han manifestado tanto en sus anuncios electorales, en las declaraciones de algunos de sus dirigentes o en iniciativas legislativas presentadas en algún parlamento autonómico.
Y el punto 8 del preacuerdo de PSOE y Unidas Podemos reza «Revertir la despoblación: apoyo decidido a la llamada España vaciada». Pues bien, esto es completamente incompatible con abrir la vía del animalismo. Cuando uno se asienta en posiciones de gobierno no suele atemperar radicalismos pasados, por lo que confiamos en que UP adquiera una perspectiva más amplia y no desempolve sus propuestas animalistas, radicalismo ideológico inaudito y ataque frontal y definitivo a la España rural, su vaciamiento definitivo.
Quizás tengamos que escuchar, no sería la primera vez, que es que los pueblos de la España rural tenemos que «reconvertirnos», «reciclarnos», «evolucionar» o cosas similares, con esa especie de condescendiente superioridad con que algunos urbanitas se atreven a hablarnos a la gente del mundo rural, Nos sugieren que ser ganaderos, que tener animales para nuestro uso y para nuestras celebraciones, es una especie de atraso que se puede curar con las recetas de evolución y prosperidad que nos van a proporcionar gentes que no han trabajado en el campo en su vida.
A todos esos que sienten la tentación de decirnos desde su ideología animalista lo que deberíamos hacer en el campo les digo dos cosas. La primera, que si es tan sencillo eso de reconvertirse en el mundo rural, que vengan y nos lo demuestren. Nada tan elocuente como liderar con el ejemplo. Lo segundo, que resulta que no queremos hacer otra cosa. En la gran mayoría de los pueblos de la España rural los animales son omnipresentes, han conformado nuestra forma de ser, de hacer, de pensar y de celebrar. Estamos orgulloso y queremos continuar el legado milenario que hemos recibido.
El animalismo es la ideología que persigue el objetivo final de no poder usar los animales. Quien diga lo contrario, simple y llanamente está mintiendo o desconoce de manera clamorosa lo que significa este concepto. Y no usar los animales significa la muerte sin posibilidad de retorno de la España rural, de la España vaciada. Sería una desconcertante sorpresa del destino que al final quien diera la puntilla a los menos favorecidos de este país, a los que todavía sostenemos penosamente la España rural, fuera un gobierno denominado progresista.
El animalsimo, ni que decir tiene, busca el final de la tauromaquia. Los toros en España, como elemento más característico de nuestra cultura, tiene un valor simbólico que lo hacen una cabeza especialmente apetitosa para el movimiento promovido por la industria animalista. Y no es una cuestión de gustos, señor Sanchez y, especialmente, señor Iglesias: es una cuestión de respeto al orden constitucional y algo que va más allá incluso. Un sagrado respeto a la libertad cultural de los pueblos.
La cultura popular de un pueblo es la que ese pueblo decide que es. No se toca, no tiene que «evolucionar», no hay que «adaptarla» a nada. Solo los regímenes totalitarios se atreven a eso. Tampoco es objeto de referéndum, señor Iglesias. Entiendo que son cosas que se dicen en campaña pero también quiero pensar que sabe perfectamente que un referéndum de esas características no sería legal. Como no hubiera sido posible un referéndum sobre el rock radical vasco en los 80 o sobre el reguetón ahora, por mucho que a alguien no le gustasen. La cultura no se toca. Tampoco la que no compartimos o entendemos.
No es nuevo que sobre determinadas expresiones culturales se hayan alzado voces alegando inmoralidad. La historia de la censura es una historia de la imposición moral sobre la libertad cultural. Uno de los casos que recientemente más indignación internacional provocó, hizo que la UNESCO interviniera para proteger todas y cada una de las expresiones culturales. Fue en 2001, cuando el régimen talibán decidió bombardear y destruir los budas de Bamiyán por ser considerados contrarios a su moral. Ese mismo año, la UNESCO aprobó la convención sobre diversidad cultural, en la que exponía que solo existía una única línea roja que no pueden traspasar las expresiones culturales para ser admisibles: los derechos humanos y libertades fundamentales.
Igual que no se pueden destruir los budas, tampoco se puede bombardear la tauromaquia. Lo único que pueden hacer los poderes públicos respecto de la tauromaquia, en cuanto a expresión cultural y de acuerdo con la Constitución (art. 46), es garantizar su «conservación» y «promover su enriquecimiento». O sea, promocionarla, tutelando el acceso a la misma, ya que todos tienen derecho a ella.