Por Carlos Bueno martes, 24 de diciembre de 20190 8:26
En estos días de Navidad me siento delante del ordenador con la intención de redactar una bonita felicitación y desear una próxima temporada taurina cargada de éxitos, aciertos y prosperidad. Me propongo escribir sobre tauromaquia en el tono más positivo que se pueda imaginar, recordando la esencia de una actividad eminentemente emocional y artística, con unos componentes históricos y con unos valores económicos y medioambientales fuera de toda duda para cualquiera que sepa de qué se trata. Quiero dejar atrás ataques infundados y penas que merodean al toreo con especial virulencia en los últimos tiempos. Pretendo aparcar preocupaciones y aclamar esperanzas. Pero ojeo las últimas noticas y la realidad doblega mis nobles objetivos. Y es que los antitaurinos no descansan ni un segundo.
Leo que en la vecina Portugal el Gobierno socialista pretende subir el IVA de las corridas, que pasarían de cotizar el 6% actual al 23%. Sin duda se trata de un asalto fiscal que intenta ahogar económicamente al mundo de los toros, un ataque a su zona de flotación. Leo también que en la ciudad colombiana de Bogotá, el 36% de lo que se ingresa por la venta de entradas va para impuestos, y en la peruana Lima, ni más ni menos que el 51%. Una auténtica barbaridad discriminatoria respecto a otras actividades. Cargar impositivamente el espectáculo e impedir que los jóvenes accedan a él, ha sido siempre la estrategia de quienes quieren acabar con la tauromaquia de forma cobarde y a largo plazo.
Leo además que en Méjico, concretamente en Cancún, las fuerzas policiales intentaron detener la celebración del último festejo allí celebrado. Primero clausuraron las taquillas momentos antes del inicio de la corrida, y más tarde tomaron el callejón antes de que saltase al ruedo el cuarto astado impidiendo que las mulillas arrastrasen al animal que yacía en la arena y que entraran los picadores del toro que cerraba la tarde. Desde luego que los agentes hicieron lo que les habían ordenado los altos cargos, que sin duda son los auténticos instigadores del atentado contra las libertades y los derechos de los aficionados.
Leo que Ramón Valencia, empresario de la plaza de toros de Sevilla, se muestra pesimista por el actual contexto político y social, y que afirma que la Fiesta vive graves dificultades, sobre todo porque los números no salen. Asegura que, en el aspecto económico, el mundo del toro está en quiebra. Desvela que en alguna ocasión ha intentado sentar en la misma mesa a los principales actores del toreo para alcanzar soluciones, pero sin llegar a acuerdos de verdad. Y lo malo es que las estadísticas le dan toda la razón. Las corridas de toros se han reducido drásticamente en la última década. Si en 2010 se dieron en España y Francia 721 festejos mayores, en la pasada campaña se redujeron a 450. De las 324 plazas que organizaron corridas hace 10 años, se ha pasado a tan sólo 224, y de los 209 toreros que entonces se vistieron de luces, en la pasada campaña la nómina en activo se redujo a 145.
Leo que José Miguel Arroyo “Joselito” deja la Escuela de El Batán, que cede sus instalaciones a la Comunidad de Madrid, desvelando en una carta abierta miserias y odios entre las direcciones de la Escuela Superior de Maestría en Tauromaquias, que el matador presidía y que depende del Ayuntamiento de la capital, y la de la Escuela José Cubero “Yiyo”, que está bajo el paraguas del Gobierno de la Comunidad.
Y cuanto más leo más difícil se me hace hablar en tono positivo del asunto taurino. Mal pintan los ataques que sufre desde fuera el sector, tanto a nivel nacional como en el extranjero, y la impresión no mejora mirando el panorama desde dentro. Rencillas, intereses propios, desunión, nula visión de futuro… desalentador. Así que sólo me queda cruzar los dedos, desear unas felices Fiestas y que Dios reparta suerte, porque los profesionales no parecen muy dispuestos a trabajar en su busca.