Por José Luis BenllochMiércoles 18 de diciembre de 2019.
En Aplausos esta semana hemos seguido adelante con la visita a los ganaderos, que ya se sabe son los grandes damnificados de esta situación de estrecheces y acoso que vive el toreo en los últimos tiempos. Hay coincidencia general sobre las cuestiones que les agobian. El reglamento, eso sobre todo, que permite que cuando llegan a la plaza les apliquen desconsideración y más desconsideración sin derecho a rechistar; la burocracia que les enreda en el campo y les obliga a un manejo excesivo por riguroso, y aseguran que innecesario, en las cuestiones sanitarias.
A los ganaderos les agobia un reglamento que permite que cuando llegan a la plaza les apliquen desconsideración y más desconsideración sin derecho a rechistar; y la burocracia que les enreda en el campo y les obliga a un manejo excesivo por riguroso, y aseguran que innecesario, en las cuestiones sanitarias
Y eso no son todos los problemas que les preocupan muchos cuestionan la puya actual, ese es un movimiento latente por considerarla excesivamente lesiva, tremendamente cortante con sus filos y aristas, lo que provoca un sangrado desconocido hasta ahora, que seguramente sería más propio para los toros de otra época más reservones en el caballo que para los de ahora que se entregan en el peto en un porcentaje altísimo y se dejan pegar a discreción hasta la misma eliminación de su carácter bravo, que alcanza la estación término en el recurrente: se ha parado. ¡No va a pararse! Y por encima de esa realidad, con una puya o con otra, se defiende con unanimidad que el tercio de varas debe estar en manos del matador, que es quien debe elegir si quiere el oponente crudo o más asentado. Tan trascendental decisión, insisten, debe ser una cuestión de libertad personal del espada a cambio de asumir la responsabilidad de sus actos -si te equivocas pagas, si aciertas, triunfas- que es una filosofía que no se reconoce en ninguna parte del reglamento que adjudica a los protagonistas la responsabilidad de decisiones que le son ajenas, algo así como se equivoca el usía y lo paga el mata y en consecuencia el público.
En la defensa del indulto emerge un argumento poco exhibido hasta ahora, si el ganadero tiene capacidad económica y gusto de quemar la flor de la camada en la plaza de tientas estará hurtando a los aficionados lo mejor de cada camada
Pero por encima de todas estas cuestiones, donde se produce un clamor unánime es en el tema de los indultos. Ni un resquicio más allá del encaste que posean o del estatus que representen en el toreo, los de las duras y los de las supuestamente blandas, los ricos y los menos ricos, para unos y otros el indulto es clave, fundamental. Y en ese tema vuelve a aparecer -o a desaparecer- el derecho a equivocarse o acertar a cambio de asumir las consecuencias. Los argumentos suenan a definitivos: la mayoría de los toros indultados dan resultado en su descendencia; es mucho más informativa, por decirlo de alguna manera, también más exigente, la lidia del toro en la plaza que en una placita de tientas; se le da voz al público en la búsqueda del toro que gusta; se alivia la situación económica de los ganaderos tan menguada últimamente, que de esa forma se evitan quemar en la plaza de tientas parte, la mejor, de lo que es la cosecha anual, en cuanto que no todos pueden perder los ingresos de esos toros; y finalmente un argumento poco exhibido, si el ganadero tiene capacidad y gusto de quemar la flor de la camada en la plaza de tientas estará hurtando a los aficionados lo mejor de cada camada. Y es verdad.
La situación y las reivindicaciones que afectan a todos los protagonistas del toreo, y no solo a los ganaderos, se repiten machaconamente desde hace muchos años y no acaba de resolverse nunca como prueba, una más, de la anarquía o de la falta de capacidad de organizarse y exigir del gremio. Por esta vez se produce una unanimidad sorda y desde luego desaprovechada.