El coronavirus también es antitaurino.

La pandemia pone en jaque la temporada y amenaza con grandes pérdidas económicas.

ANTONIO LORCAMadrid 12 MAR 2020 – 11:36 CET

Entre los variados enemigos de la fiesta de los toros, lo que no figuraba en el manual es que llegara de las lejanas tierras de oriente un antitaurino con mala uva; un virus que ha creado enfermedad, muerte y pánico por medio mundo, y, en uno de sus ratos libres, ha saltado a las plazas de toros, se ha perfilado junto a las tablas, ha montado la espada con displicente suficiencia, la muleta adelante como si fuera torero cabal, y ha cobrado una estocada hasta la empuñadura en la cruz misma de un espectáculo que andaba, es verdad, con graves síntomas de una enfermedad que por sí sola, amenazaba su frágil existencia.

El coronavirus se ha presentado sin preguntar en el peor momento para la tauromaquia, -acuciada por males internos e incontables ataques externos-, y sus primeros estragos son desgraciados para la economía de quienes viven del toro, para los sentimientos de quienes se sienten toreros y sueñan con la gloria, y para tantos aficionados que han esperado, preñados de ilusión, que se abriera la puerta de cuadrillas y comenzara ese espectáculo tan colorista y paradójico, decepcionante muchas tardes, y emocionante y en extremo apasionante otras, como es una corrida de toros.

Se han paralizado las ferias de Fallas y La Magdalena, y autoridades y gestores se devanen los sesos en la dificultosa búsqueda de nuevas fechas, a sabiendas de que nadie puede asegurar que existan en el calendario. Y si las encuentran, -parece que el ciclo fallero se celebrará en julio-, ya nada será igual.

La Comunidad de Madrid anunció ayer que quedaba suspendido el inicio de la temporada taurina en Las Ventas, por lo que ya no se celebrarán las dos novilladas anunciadas para los domingos 22 y 29 de marzo. (¿Quién les devolverá la ilusión a esos chavales?) Y es prácticamente seguro que no habrá gala de presentación de la Feria de San Isidro el próximo día 25 en el cine Capitol de la Gran Vía madrileña.

Tampoco habrá paseíllos en la feria de la localidad francesa de Arlés, en la que estaba previsto que reapareciera Alejandro Talavante el 11 de abril. Ni en la corrida prevista en Arnedo el día de San José, ni en el festival anunciado en Murcia el 29 de marzo.

Paralizadas las ferias de Fallas y La Magdalena y suspendido el inicio en Madrid, el futuro es una gran incógnita

Y lo peor es la inquietud ante el futuro inmediato; cómo se moverá caprichosamente el virus; dónde estará el Domingo de Ramos, que habrá toros -si él no lo impide- en Madrid, o el Domingo de Resurrección, la tarde de gala en La Maestranza, o si seguirá entre nosotros en pleno mes de abril, cuando la feria de Sevilla pretenda brotar con el esplendor de cada primavera. Y una semana después de que se apaguen los farolillos del real, comienza San Isidro, que se extiende hasta el 14 de junio. Plantear un posible aplazamiento en ambos casos parece una quimera, y celebrar festejos a puerta cerrada, algo impensable. La Maestranza está en periodo de venta de abonos -del 9 al 21 de marzo-, y Las Ventas comenzará en 15 días.

El sector guarda un clamoroso silencio. Y no es para menos. Hay mucho en juego, y la incertidumbre reina en los despachos, en el campo y en el ánimo de muchos toreros de oro y plata que necesitan vestirse de luces para sentir y para vivir.

La industria del toro se resentirá gravemente. Pierden los toreros, pero también los ganaderos, los empresarios y los miles de asalariados que trabajan en el sector.

Corridas elegidas con mimo pueden acabar en algún festejo popular o en el matadero si los toros cumplen seis años de edad y ya no pueden ser lidiadas.

Y los seguros cubren las suspensiones por lluvia, pero no por epidemia, y no son pocos los empresarios que han invertido ya en sus ferias.

Una ruina económica y sentimental…

Por todo ello, la Fundación del Toro de Lidia (FTL) ha solicitado por carta una reunión urgente al ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, para poner en marcha “planes de contingencia, recuperación y apoyo a la industria taurina”.

«La crisis del coronavirus ha comenzado a tener un relevante impacto negativo en la industria del toro”, escribe Victorino Martín al ministro. “Si bien los efectos a largo plazo son todavía difíciles de calcular, todo apunta a que va a ser una temporada muy complicada para el sector», añade.

Entre los variados enemigos de la fiesta de los toros, lo que no figuraba en el manual es que llegara de las lejanas tierras de oriente un antitaurino con mala uva; un virus que ha creado enfermedad, muerte y pánico por medio mundo, y, en uno de sus ratos libres, ha saltado a las plazas de toros, se ha perfilado junto a las tablas, ha montado la espada con displicente suficiencia, la muleta adelante como si fuera torero cabal, y ha cobrado una estocada hasta la empuñadura en la cruz misma de un espectáculo que andaba, es verdad, con graves síntomas de una enfermedad que por sí sola, amenazaba su frágil existencia.

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