Caín, Abel, y el tonto y la tiza
Análisis de la situación actual y de la Tauromaquia
por Mundotoro 17/08/2020 en Opinión
Terminada la corrida nocturna de Fuengirola entre un un bar cuyos dueños sólo hablaban inglés hasta en el idioma del mimo. Al lado del «moro», al lado del mar nuestro, cerca de la calle del maestro Márquez, al pie de la cuna de Picasso, a tiro de piedra de Ronda, me exigen hablar en lengua de corsario. Miro a los lados buscando ayuda cómplice y la impotencia perpetra un golpe de estado: sólo me miran más pieles de cangrejos, ojos de piratas, dueños de kebab y gentes de culturas protegidas por la ley de inmigración. ¿Y a mí quién me protege de ser extranjero en tierra propia?
Ser un extranjero en tierra propia y decirlo es ser un fascista además de un racista y, ergo, un machista. No lejos de Fuengirola allá por el año 1812 las Cortes de Cádiz bullían de vida y progreso mientras les volaban las bombas del gabacho y mis compatriotas comían carne de res de lidia que se trajinaban los vaqueros a uña de caballo por entre las montañas. A la noche, y al compás de una guitarra, se cantaba eso de «con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones». Hoy Cádiz es ración y media de perroflautas con el Quichi podemita de alcalde. España involuciona de forma veloz hacia su despojo. Alá akbar, que también se traduce por God save the Queen.
Pero España sigue siendo el paraíso. No lo duden. Puede que sea ya un país donde si le cae un Dos de Mayo, hoy la gente mira para otro lado. Un país en el que hoy no habría güevos ni talento para aprobar una Constitución entre hombres y mujeres de distinta ideología, como eran los de las Cortes de Cádiz. O los de la Transición. España sigue siendo el paraíso. Pero con Caín y Abel dentro, activos, enteros y ejerciendo.
Más paraíso que Francia, para mí no hay duda, aunque admitiré que un francés me ponga un pleito afectivo al respecto. Pero a ese francés le diré. Mon ami, fíjate si España es el Paraíso, que aún viven dentro Caín y Abel y por eso lo de El Puerto de Santa María. Vuestro paraíso es imperfecto porque Caín y Abel no viven en Beziers. A buen entendedor le ha de sobrar esta metáfora para decidir que a veces los Paraísos lo son con sus demonios.
Miren. Un país con su gente del toro dentro de ese país, que llegó el Delcygate y se lo tragó con papas; que se comió sin papas fritas el 8-M, que puso las nalgas a una mentira obscena como la alusión continuada a un comité de expertos que no existía y que ha hecho un confinamiento y una desescalada que hace que ahora mismo estemos de nuevo en las Puertas de otro confinamiento; un país con su gente del toro dentro de ese país, que en lugar de enfrentarse a lo injusto cueste lo que cueste, se mueve en la frontera de la sumisión a las administraciones buscando un dinero chico, un permiso de esos de salir de la cárcel para el fin de semana, una palmada en la espalda de buen chico y otros actos de sumisión que el toreo sigue haciendo, es un país como el bar inglés de Fuengirola. Un país donde soy un extranjero.
No. La culpa no es de El Puerto. La culpa es la Norma que permite lo de El Puerto. La culpa es una norma ineficaz que se redactó desconociendo que una plaza de toros tiene tendidos, que no se venden entradas de forma homogénea en ellos. Una norma que no se modificó cuando la mascarilla se hizo obligatoria. Y más cosas.
Pero parece que nadie, ni Caín ni Abel, se leyeron la norma. O a lo mejor la leyeron pero querían hacer lo mismo que en El Puerto. Lean bien la de ahora, una afrenta a la ley física del espacio y superficie, al obligar a la distancia de nueve metros cuadrados de separación y afirmar, al mismo tiempo, que permite un aforo del 50%. No existe ningún recinto cuya distancia de seguridad sea de nueve metros cuadrados y el resultado dé la posibilidad de ocupar la mitad de su aforo. No Existe. Es imposible. Pero Caín y Abel en el paraíso no van a decir nada. La culpa la tuvo El Puerto. Y Huelva. Y otras plazas . No.
La norma permitió eso. Y como había mucha gente y no poca, pues este país y sus medios de Caín y Abel y sus políticos de Caín y Abel comenzaron a señalar con el dedo de lapidar a los fachas y machistas que se juntaban para contaminar de forma irresponsable y obscena. Y entonces el político cede. No porque constate que su norma hace aguas. No. Cede por el que dirán. Y cede porque este país de «comité de expertos» que jamás han existido, camina irreversiblemente a otro confinamiento porque todas sus normas buscan la eficacia política y jamás la eficacia sanitaria. La norma después de lo de El Puerto busca la eficacia política y no la sanitaria.
Porque caminamos a otro confinamiento a causa de una pésima gestión de la peste. Salgan a la calle. Consuman. Decían. Y para silenciar sus errores buscan un confinamiento disimulado, eufemístico, uno que pueda encajar en un país sumiso y manso de gentes cuyo sentido de un Dos de Mayo consiste en no hacer un Dos de Mayo cuando le engañan en plena peste. En nuestro pequeño mundo, un país que se somete al dueño de la plaza. Al Político. Y quiero recordar que ningún político es dueño de ninguna plaza. Sólo la concede. Sólo hace la norma.
Si nos ponemos de acuerdo y Caín le da la mano a Abel, los ponemos firmes. En lo de la peste y en lo de los toros. Pero por una extraña ( o no tanto) razón, nos gusta un Caín y un Abel más que a un tonto una tiza. Somos, el pequeño planeta de los toros, el estanque donde se refleja y retrata un país en el que nuestro cainismo permite ser extranjero en tu propia tierra. Que permite buscar culpables sin tener más culpa que usar la norma mal escrita. Un país de partidos que gestiona una peste buscando votos antes que vidas.